Comentario
Uno de los objetivos del análisis de una personalidad artística reside en la posibilidad de poder convertir su estudio en una acrisolada visión que, sobrepasando los límites del personaje, nos permite entrever cuáles son las líneas generales que marcan el desarrollo de las manifestaciones plásticas de una época y su conexión con el contexto cultural que las origina. En este sentido, la figura y actividad de Jaume Huguet, uno de los artífices más destacados de la tardía Edad Media hispana, pueden servirnos para reflexionar sobre estos aspectos en el ámbito concreto de la pintura catalana de la segunda mitad del siglo XV.
En él, no sólo debemos reconocer a uno de los pintores más carismáticos del último gótico, con una trayectoria profesional brillante y de éxito, de la que quedan numerosas obras, sino también a un creador que a través de sus opciones formales y programas iconográficos refleja tanto los procesos de una producción artística como la sujeción a los principios estéticos y mentales de una determinada clientela. Su misma ambivalencia entre la progresista incorporación de elementos innovadores de la pintura europea tardogótica -que define a sus primeras obras- y la posterior elección de modelos y fórmulas involucionistas -que le convirtieron en portavoz de la cultura devocional barcelonesa- resulta plenamente significativa de la problemática que afectó a la pintura en Cataluña desde 1440-50.